Seguramente lo que hace tan peligroso al poder no son los que lo poseen, sino sus seguidores. Aquellos dispuestos a todo para recoger las migajas.
En los sótanos oscuros de la codicia, los infaustos y sus servidores traman sus rancias intenciones. Son mendigos de su ambición y esclavos de su tiempo. Entre ellos, el esbirro más servil y sumiso oculta las huellas de sus dueños y barre las cenizas que dejan a su paso. Viaja enmascarado sobre el caos que sembró, encarcelando las ingenuidades y sueños en una celda que lleva a todas partes. Cortará alas, pisará dignidades y se regocijará nadando en la tristeza ajena. En su interior siente el poder de fortalecer a quienes lo fagocitan todo.